martes, 24 de julio de 2007

Texto Juan Ramon

la inocencia de la ficción

Juan R. Rodríguez-Mateo

“tout pour moi devient allégorie” Baudelaire

mirar una fotografía es mirarse a uno mismo. la realidad tiene estas cosas. y una fotografía es siempre –siento decirlo así, de forma tan brusca– simplemente una ficción. se ha escrito y hablado, quizá demasiado poco, sobre este tema. “toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera”, y el truco –por llamarlo de alguna forma– consiste, explica Fontcuberta, en “mentir bien la verdad”.

cada vez que nos echamos la cámara a la cara –o hacemos que otros lo hagan por nosotros, qué más da– estamos escribiendo y firmando una declaración de intenciones, estamos nombrándonos a nosotros y a los que nos rodean, estamos mostrando nuestras cartas en un póquer descubierto que, creemos sin dudas, vamos a ganar por la mano.

a estas alturas ya deberíamos saber que las fotografías no sirven para elaborar discursos, ni para dar fe de verdades que hace tiempo descubrimos que sólo lo son para nosotros, y tan contentos. su función es la forma que nos muestran, poco más. no hay ya mirones a salvo, ni ideas desmontables.

fotografiar un cuerpo podría ser fácil, hacer de Frankenstein lo sería aún más. y más peligroso: uno nunca sabe dónde quiere terminar, dónde puede terminar. porque a veces, las partes a unir son de uno mismo, como si al viejo Prometeo se le hubiese acabado la arcilla –incomprensible error de cálculo– y hubiera tenido que echar mano de trozos de carne propia (el hígado a salvo por ahora, aguardando destino peor).

verano de 1816, Villa Diodati, Suiza; Byron, el sufrido Polidori y los Shelley, de barbacoa, listos, ricos y guapos –bonita imagen–, aburridos, y ahí que apuestan para ver quién asusta mejor. y llega Mary y nos sale con una alegoría de la perversión del desarrollo científico y nos inventa un no-hombre hecho a trozos; tema interesante pero que ahora no nos llama mucho la atención, saturados como estamos de replicantes, cyborgs y similares.

pero volvamos sobre el personaje de Viktor Nuevoprometeo Frankenstein (que dicho así parece una estrella de la lucha libre), que es al que, irremisiblemente, tendemos a parecernos cada vez que accionamos el obturador de la cámara. Prometeo da, pero también pide a cambio, y esta es una parte de la historia que no se conoce bien. Prometeo regala la libertad y con ella –la otra cara de la misma moneda– una soledad que no hemos terminado todavía de encajar. Prometeo regala una esperanza pero roba el paraíso. nosotros, con cada fotografía que hacemos, ofrecemos a los otros el sueño de la realidad y, como compensación, les sustraemos la inocencia de la ficción.

mirando la imagen del monstruo podemos sentir una inexplicable ternura –como cuando nos observamos en el espejo, “espejo con memoria”– pero nos resulta imposible saber con exactitud qué es un cadáver exquisito. aquello empezó como un juego, como todo en aquellos años. no sé quién inició la mentira de que Breton, Eluard y Desnos inventaron lo que llevaban siglos haciendo los niños por entretenerse.

Terezin, antigua Checoslavaquia, martes 15 de mayo de 1945; Robert escribe sus últimas líneas en un campo de concentración recién abandonado por la SS y ya bajo control soviético. es consciente de que va a morir ahora que todo ha terminado, ahora que nada se puede hacer ya ni por su tifus ni por su falta de ganas de resistir. nada le queda; nada de aquellas tardes mirando hacia la Place Blanche mientras André o Paul o cualquier otro buscaban la siguiente palabra.

en un cadáver exquisito, como en estas postreras imágenes de Desnos, lo menos importante es lo surreal –que sólo es algo que añade nuestra intención–, lo que verdaderamente importa es que se trata de un acto comunitario. lo relevante no es el resultado final sino el proceso comunitario que conduce a él.

en una exposición colectiva –de un colectivo– a veces es necesario recorrer el camino inverso al habitual y romper, de forma temporal, con el soberbio uno que somos –que son nuestros pensamientos, nuestras fotografías–. pero no vale ofuscarse: la renuncia al protagonismo individual no anula lo egótico y sí potencia la individualidad responsable.

un hilo conductor común es esto, un camino por el que transitar. y en el caso de esta exposición el camino seguido es el cuerpo. no nos engañemos, siempre que hablamos del cuerpo, hablamos del nuestro –nada tan cercano y tan poco visto; nada, incluso, tan desconocido–. cada vez que fotografiamos un cuerpo reinventamos el nuestro, tratamos de reconocernos en lo visto, de comprendernos un poco.

Maurois escribió que “un hombre no se libera del pasado de la humanidad más de lo que se libera de su propio cuerpo”, es así de simple: somos lo que hemos sido –desde siempre– y estamos condenados-encadenados (como el amigo Prometeo) a nuestro cuerpo-pasado-roca esperando que cada día un águila venga a comernos los recuerdos.

por eso no sé bien qué escribo, ni sé de nombres. sólo sé lo que vi: cuerpos –mi cuerpo–.

una mujer (o varias, qué más da: la mujer) que se mira y se toca y huye aunque no esté. un momento que se niega a existir como tal y pelea contra sus iguales por ser el momento. ansiamos lo que no podemos, ya se sabe. ¡ay, Alfonso, ese afán de inmortalidad siempre impidiéndonos vivir con plenitud!

soportar la máscara del otro en tu rostro. saber que ni tuyos tus ojos ni suya su sonrisa. el anciano de Maupasant cayendo muerto tras la noche de baile de máscaras. ni suya su boca ni tuya tu mirada, Celia. “nunca el hombre había mirado tan lejos como nosotros y nunca todo lo había sentido tan lejos como lo sentimos nosotros.”

se tiene la tentación de saber a las mujeres. y se les pregunta y se supone y uno crea formas y colores para entenderlas. y luego resulta que un gesto que no comprendemos y que tan sólo podemos robar nos explica todo aquello que no nos atrevíamos conocer. saber robar importa, Erick (claro que importa).

alguien habló del efecto barroco, cuando el espacio de la representación se convierte en “máquina que se autoproduce: interiorizando toda exterioridad”. autoreconstruirnos de nosotros mismos; reinventarnos a base de nuestra propia conciencia de finitud tatuada a fuego, Julio, en tus manos.

como otros personajes de Shakespeare, Miranda, aparentemente perdida, recorre paisajes hostiles buscando el amor –o su vida–. así tus mujeres –nosotros mismos–, Carlos Alberto, casi sin rostro, cuerpos confundidos, enjaulados en un Mapa que debemos habitar como aquellos Mendigos y Animales de los Desiertos del Oeste.

Schiller ya lo advirtió, Roberto, “lo poético no es la existencia, sino la facultad que se anuncia por medio de esa existencia”: una naturaleza muerta respirando: una mujer inmóvil: elementos que invaden o se retiran –es lo mismo–: un cuerpo quizá trasmutándose: el recuerdo de lo que fuimos: lo que queremos ser:

una chica haciendo equilibrios en la mano de su glumdalclitch, contemplando quizá una ciudad, sabiéndose pequeña y vulnerable o cuidada e imprescindible. ese divertimento tan humano de poseer y ser poseído, de dominar y ser dominado, de querer y ser querido. nosotros y ellos y los dioses. qué más da quién, Fernando.

nada puede con la sencillez de un vientre, de un trozo de carne viva que pudiera crear vida algún día. creíamos saberlo casi todo y ya ves Esperanza… uno termina asombrándose con lo de siempre.

a veces, Jan, una cámara de fotos es una herramienta de diseccionar. a veces, cada vez que se dispara, se hace una pregunta que nos lleva por derroteros peligrosos. a veces, se quiere morder lo que se quiere, se quiere mirar sólo de reojo. a veces, un francotirador no es más que la sombra de su objetivo.

“la censura perdona a los cuervos” criticaba Juvenal; pero parece que todavía no a los cuerpos. uno nunca termina de entender qué nos impide mirar con distancia, pero bendita la hora en que ese reojo nos abre puertas, nos quita discursos, nos quema intenciones vanas. un spray a los ojos, sin apasionamiento, Raúl, sin remordimientos.

pocas cosas hay tan semejantes a una imagen fotográfica como una Venus neolítica: ambas son sólo un montaje, ambas una imagen-cosa en la que la forma sólo aparece cuando olvidamos la función, cuando disociamos lo que nunca debió ser separado, ambas un cuerpo-resumen en el que la falsa realidad se muestra sólo cuando aceptamos los fragmentos.

(montaje. m. 6.fig. Lo que solo aparentemente corresponde a la verdad)

y ahora viene lo bueno: volver a componer el cuerpo-aparato, que las piezas –que hemos ido ordenando encima de la mesa– vuelvan a encajar, a ocupar su verdadero sitio. porque en la reconstrucción, el espíritu que regresa pone condiciones, y éstas no suelen ser negociables ni sencillas de cumplir. en la reconstrucción, cada cual encaja las piezas como puede o como se deja a si mismo; en la reconstrucción, cada cual destaca o intenta eliminar lo que ama o detesta, lo que siempre deseó o repudió.

jueves, 12 de julio de 2007

Invitaciones - Revo

Hola, como algunos ya saben mi hermana nos esta ayudando con el diseño de las invitaciones, hizo unas preubas, los pongo acá para que los vean y lo vayamos revisando. Hacen falta unas imágenes del colectivo para ponerlas en la portada.